David se acostó a dormir en el cuarto de Sebastian. No estaba muy familiarizado con el lugar, pero si lo estaba a dormir en casas ajenas y por eso no le costó ningún esfuerzo cerrar los ojos y caer profundamente dormido. No se despertaría hasta el medio día. Simón por el contrario abrió los ojos a las seis de la mañana y no pudo volver a conciliar el sueño. Se revolvió un poco en la cama hasta que con algo e desespero se quitó de un solo movimiento todas las cobijas de encima. Lo dudó durante algunos minutos. Era un desperdicio levantarse temprano siendo un día de vacaciones. Él sólo hecho de pensar que podía dormir hasta el cansancio, le hacía, sin embargo desear levantarse lo antes posible. Era una gran contradicción, pero así era él, un hombre lleno de contradicciones. Pensar en sí mismo como hombre le llegaba por conciencia. Sabía bien que había dejado de ser un niño y entendía que debía comportarse responsablemente. Tenía entonces 12 años, ¿pero no es esa la edad, acaso, en la que los judíos celebran el bar mitzvah y la edad en la que en muchas culturas se empiezan a realizar los rituales de la madurez?
Se levantó de la cama sintiendo inmediatamente el frío de la mañana. Ya había amanecido. Todos los días sin falta el sol lograba salir a las cinco y cuarenta y cinco. Lo sabía porque a esa misma hora él debía salir al paradero del bus del colegio. Él y Sebastian.
Se levantó de la cama sintiendo inmediatamente el frío de la mañana. Ya había amanecido. Todos los días sin falta el sol lograba salir a las cinco y cuarenta y cinco. Lo sabía porque a esa misma hora él debía salir al paradero del bus del colegio. Él y Sebastian.
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