La mía es una historia muy sencilla. Tan solo es una vida, no es una de esas grandes aventuras que me gusta ver en películas. Pero he aprendido a ver que soy una persona muy afortunada. A una muy temprana edad se me ofreció la oportunidad de viajar al extranjero y decidí tomarla. No soy hija única, pero soy la mayor. Además de mí, están Julieta y Mateo. Mateo es el menor. Mis padres no habían considerado tener más de uno o dos hijos, pero en realidad para nadie es un secreto que papá estaba en busca de un hijo varón. No se le puede culpar por ello. Al fin de cuentas todos tenemos nuestros caprichos y son estos los que como en mi caso, pueden terminar trayéndonos problemas y alegrías. Mi abuela era una mujer sin caprichos y sin sueños. pero no hablaré de ella por ahora.
Siempre odié los domingos por la tarde. Era un momento en el que todo se tornaba negro. Se me hacía un nudo en la garganta y las manos se me ponían pesadas. Toda la voluntad y el deseo se desvanecían de mi cuerpo. Los ojos me ardían y los pies me picaban. La lámpara de mi cuarto siempre ha sido la más oscura y su tono amarillo a penas si servía para leer o dibujar. En aquellos días yo no solía leer y mi mejor compañía era la televisión.
Cada uno de mis hermanos estaban intentando convencerse de empezar a hacer las tareas que aún a última hora tenían pendientes. Mamá y papá estaban en su propio cuarto viendo televisión con la puerta cerrada para que no se entraran los mosquitos y los zancudos de las seis de la tarde. En medio de ello sonó el teléfono. Era mi tía. Mi tía es la hermana menor de mi padre. Es la única entre todas mis tías y tíos a la que llamo mi tía. Con los demás nunca hemos sido lo suficientemente cercanos.
Yo odio que suene el teléfono. Cuando suena me pongo muy tensa y sólo deseo que no sea para mí. Aun sabiendo que no hay muchas posibilidades de que nadie me llame al teléfono fijo, la verdad es que no contesto porque no me gusta tener que saludar a los conocidos de mis padres. Me avergüenza tanto mi propia voz como el hecho de no saber qué decir. Julieta y Mateo comparten mi disgusto por él.
En pocas palabras, fue mamá quien contestó, pero yo ya estaba tensionada a causa del repiqueteo cuando ella se me acerca y me dice que mi tía quiere habar conmigo. Es finales de abril, aún faltaban mayo y algunos días de junio para que comenzaran las vacaciones de mitad de año. Sin embargo ella lo sabía y por eso necesitaba una clara respuesta de mi parte antes de entusiasmarse por su cuenta. Ella había decidido viajar a Italia y quería que yo la acompañara. Había averiguado por internet y con algunos consejos de amigas y conocidos que tenía y que solían viajar con frecuencia, había encontrado un muy buen precio. En realidad viajar solo siempre es más costoso y aburrido. Entre más entren en el paquete, al parecer, todo es más barato.
El año pasado mamá había viajado a Miami y yo no la había querido acompañar, porque existía la posibilidad de que nos quedaramos allá un tiempo muy largo. Nunca me arrepentí de no haber ido con ella, pero ahora sabía que si me ofrecía una oportunidad como esta, era porque no tenía derecho a rechazarla. No iba a ganar nada con pasar unos cuantos días lejos de casa. Bien sabía que yo misma no permitiría que nada, fuera de lo normal, me sucediera. Pero no era el deseo de conocer otro país, ni de estar lejos de mis padres. Lo que instantaneamente las palabras de mi tía significaron para mí fue la posibilidad de dejar mi vida atrás por unos días, el poder dejar de ser yo. Porque ya no sería la misma chica que se levanta de la misma cama, en la misma habitación, todos los días a seguir inevitablemente una misma rutina. Claro, los días de colegio son diferentes a los días de descanso, pero en mi mente siempre permanecían las mismas ideas y las mismas preocupaciones. Y mi vida me estaba asfixiando.
No me demoré mucho en responderle que sí estaba interesada. Mi madre, aunque solo escuchaba, según lo que yo creía, mi lado de la conversación, abrió los ojos como platos y me preguntó que si estaba hablando en serio. Pero yo no le respondí porque seguía tratando de poner mi atención en lo que mi tía estaba diciendo. Me explicó que ella ya lo había consultado con mis padres y que ellos le habían dicho que ellos estarían dispuestos a pagarme el viaje pero que sabían que no había posibilidad de que yo aceptara ya que nunca me he mostrado interesada en hacer nada más allá de lo estrictamente necesario. Oirla decir eso me despertó una sensación de triunfo y me decía 'ya ven que no me conocen, ustedes no saben quien soy yo'.
En el fondo no me sentía emocionada por el viaje, aunque si un poco por el triunfo sobre mis padres. Pero cuando colgué le sonreí a mi madre y le dije que yo sí quería biajar y que muchas gracias por haber dicho que me apoyarían. Le sonreí y para evitar que se sintiera demasiado satisfecha con ella misma le pregunté inmediatamente sobre los pasos a seguir ahora.
El mes y medio que siguieron a esa llamada pasó rápidamente, pero la noticia no había terminado de calarme hasta los huesos. Yo tenía el pasaporte vigente y de alguna forma todos los permisos y papeles necesarios para que una menor de edad como yo viajara al extranjero se lograron conseguir, aunque algo me dice que había una probabilidad de que las cuerdas hayan estado moviéndose desde hacía mucho más tiempo del que yo creía.
Dos semanas antes del viaje todos insistían en preguntar si ya tenía la maleta lista como si no supiesen esperar para deshacerse de mí.
Siempre odié los domingos por la tarde. Era un momento en el que todo se tornaba negro. Se me hacía un nudo en la garganta y las manos se me ponían pesadas. Toda la voluntad y el deseo se desvanecían de mi cuerpo. Los ojos me ardían y los pies me picaban. La lámpara de mi cuarto siempre ha sido la más oscura y su tono amarillo a penas si servía para leer o dibujar. En aquellos días yo no solía leer y mi mejor compañía era la televisión.
Cada uno de mis hermanos estaban intentando convencerse de empezar a hacer las tareas que aún a última hora tenían pendientes. Mamá y papá estaban en su propio cuarto viendo televisión con la puerta cerrada para que no se entraran los mosquitos y los zancudos de las seis de la tarde. En medio de ello sonó el teléfono. Era mi tía. Mi tía es la hermana menor de mi padre. Es la única entre todas mis tías y tíos a la que llamo mi tía. Con los demás nunca hemos sido lo suficientemente cercanos.
Yo odio que suene el teléfono. Cuando suena me pongo muy tensa y sólo deseo que no sea para mí. Aun sabiendo que no hay muchas posibilidades de que nadie me llame al teléfono fijo, la verdad es que no contesto porque no me gusta tener que saludar a los conocidos de mis padres. Me avergüenza tanto mi propia voz como el hecho de no saber qué decir. Julieta y Mateo comparten mi disgusto por él.
En pocas palabras, fue mamá quien contestó, pero yo ya estaba tensionada a causa del repiqueteo cuando ella se me acerca y me dice que mi tía quiere habar conmigo. Es finales de abril, aún faltaban mayo y algunos días de junio para que comenzaran las vacaciones de mitad de año. Sin embargo ella lo sabía y por eso necesitaba una clara respuesta de mi parte antes de entusiasmarse por su cuenta. Ella había decidido viajar a Italia y quería que yo la acompañara. Había averiguado por internet y con algunos consejos de amigas y conocidos que tenía y que solían viajar con frecuencia, había encontrado un muy buen precio. En realidad viajar solo siempre es más costoso y aburrido. Entre más entren en el paquete, al parecer, todo es más barato.
El año pasado mamá había viajado a Miami y yo no la había querido acompañar, porque existía la posibilidad de que nos quedaramos allá un tiempo muy largo. Nunca me arrepentí de no haber ido con ella, pero ahora sabía que si me ofrecía una oportunidad como esta, era porque no tenía derecho a rechazarla. No iba a ganar nada con pasar unos cuantos días lejos de casa. Bien sabía que yo misma no permitiría que nada, fuera de lo normal, me sucediera. Pero no era el deseo de conocer otro país, ni de estar lejos de mis padres. Lo que instantaneamente las palabras de mi tía significaron para mí fue la posibilidad de dejar mi vida atrás por unos días, el poder dejar de ser yo. Porque ya no sería la misma chica que se levanta de la misma cama, en la misma habitación, todos los días a seguir inevitablemente una misma rutina. Claro, los días de colegio son diferentes a los días de descanso, pero en mi mente siempre permanecían las mismas ideas y las mismas preocupaciones. Y mi vida me estaba asfixiando.
No me demoré mucho en responderle que sí estaba interesada. Mi madre, aunque solo escuchaba, según lo que yo creía, mi lado de la conversación, abrió los ojos como platos y me preguntó que si estaba hablando en serio. Pero yo no le respondí porque seguía tratando de poner mi atención en lo que mi tía estaba diciendo. Me explicó que ella ya lo había consultado con mis padres y que ellos le habían dicho que ellos estarían dispuestos a pagarme el viaje pero que sabían que no había posibilidad de que yo aceptara ya que nunca me he mostrado interesada en hacer nada más allá de lo estrictamente necesario. Oirla decir eso me despertó una sensación de triunfo y me decía 'ya ven que no me conocen, ustedes no saben quien soy yo'.
En el fondo no me sentía emocionada por el viaje, aunque si un poco por el triunfo sobre mis padres. Pero cuando colgué le sonreí a mi madre y le dije que yo sí quería biajar y que muchas gracias por haber dicho que me apoyarían. Le sonreí y para evitar que se sintiera demasiado satisfecha con ella misma le pregunté inmediatamente sobre los pasos a seguir ahora.
El mes y medio que siguieron a esa llamada pasó rápidamente, pero la noticia no había terminado de calarme hasta los huesos. Yo tenía el pasaporte vigente y de alguna forma todos los permisos y papeles necesarios para que una menor de edad como yo viajara al extranjero se lograron conseguir, aunque algo me dice que había una probabilidad de que las cuerdas hayan estado moviéndose desde hacía mucho más tiempo del que yo creía.
Dos semanas antes del viaje todos insistían en preguntar si ya tenía la maleta lista como si no supiesen esperar para deshacerse de mí.
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