Él era un hombre muy solitario. Había heredado un par de locales que su madre había logrado comprar a lo largo de su vida y ahora el vivía del arriendo que cobraba mensualmente. No tenía problemas de dinero así que como hombre soltero que era podía darse bastantes lujos y gustos viviendo tranquilamente. Sin embargo, llegaban momentos en los que era consciente de su situación y en los que terminaba pensando qeu su vida estaba condenada a la monotonía. Desde hacía un par de años no quería hablar con sus antiguos amigos del colegio y había logrado que lo dejaran solo y no lo volvieran a tener en cuenta en las reuniones que organizaban cuando les entraba la nostalgia por los días pasados. Durante meses se había auto-convencido de no querer ningún tipo de compañía y ahora no entendía el por qué se sentía tan deprimido.
Se despertó un día en la mañana, tomó su desayuno y después de bañarse tomó la decisión de no prender el computador esperando poder inspirarse a hacer algo de su vida para salir de aquel ritmo sin sentido en el que se había ido encerrando.
A los pocos minutos de estar sentado en el sofá se aburrió profundamente. La solución que entonces se le ocurrió fue la de salir del apartamento. Se paró, tomó sus llaves y subió. Estando frente a la entrada de su edificio se encontró con la mente en blanco incapaz de decidirse hacia dónde caminar. Levantó la cara, recorrió el espacio con la mirada y finalmente se decidió por caminar hacia el parque.Quizá él mismo ya no podía notarlo, pero con cada minuto que pasaba su mente se vaciaba un poco más. Había entrado en un estado crónico de pérdida de sí mismo.
El viento estaba frio y no le resultó en lo absoluto acogedor. Aún no entendía que los seres que ya no se pertenecían a sí mismos no tenían un lugar en esta tierra de egos. Ya estaba arrepentido de haberse movido del apartamento, de su cuarto, de su cama, pero su orgullo, poca muestra de lo que le quedaba de humanidad, última vestidura que el alma está dispuesta a soltar, ese amargo y mal leído amor propio, le impidió regresar. Llegó al parque y se sentó en una de las butacas de madera que coloca la alcaldía en lugares como parques y caminos públicos.
Permaneció unos pocos minutos allí sentado, ignorando como toda su vida se evaporaba al contacto del sol, esperando, como cuando había estado en su cuarto pero ahora un poco más disminuido, con el mismo resultado. Solo aburrimiento, Eso era todo lo que iba a encontrar ahora que ya se había perdido. Se miró las manos y ya no las vio iguales a las de aquella mañana. Estaban envejecidas, arrugadas, manchadas y con las venas sobresaliendo. Así que tan solo se quedó allí mirándose a sí mismo lamentando la pérdida de su juventud.
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